dijous, 27 de juny del 2002

La Casa de la Isla

No alcanzas a imaginar como de bien estoy en esta casa...
Todo empieza al levantar mi cabeza hacia las bigas y acomodar mi columna en tu colchón. Y el play, por supuesto.

Entonces de un modo natural, casi automático, empieza a fluir esa densidad líquida, entornada por todos los colores, que aún siendo sólo los tangiblemente imaginables, brillan con nuevas tonalidades en lo mas alto del techo empapando así toda la casa de la isla...

Crecen corderos y llueve chocolate en esta isla.
Y las noches de luna llena flota...
queda suspendida en el aire lúgubre de la ciudad, -un aire cargado de insomnio, y de calor que inclina a la locura y la hace sentir extrañamente acogedora, cómoda...

Pero a veces también se pone fea la isla.
A veces viene la tristeza y a la isla se le mustian los colores,
y entonces basta con una palabra, con una seña, un mal suspiro, para romper el delicado equilibrio que la hace caer...

Y entonces cae, lenta, sobre si misma, como acariciando melancólicamente el aire que ya echa de menos, y hasta llegar al suelo con una suavidad tan extremadamente dulce que ahonda aún más en en el sordo estrépito del forzado aterrizaje.

Entonces sabemos que legó la hora de arrastrar.
Los isleños nos calzamos las sandalias de cuero y los sombreros anchos, agarramos la cuerda y nos andamos a rebuscar nuestro destino, con la isla a rastras.
Con la duda a rastras.

Pues sería absurdo olvidarse el alma de la duda en el camino.
Dicen que las dudas, para aclararlas, hay que arrastrarlas, limarlas, andarlas en el camino.
Así van perdiendo su peso.
Y esa levedad es justo la que precisa la isla para volverse a elevar.

Y ahí se eleva, como una medusa inquieta en el fondo del mar que aguarda el momento preciso, se alza a dos centímetros sobre la blanda arena, escupe una pequeña nube color malva y busca la altura deseada hasta ubicarse en ese lugar desde donde la ciudad se vuelve a percibir llena de vida y densidades extrañamente acogedoras, cómodas...

Entonces yo vuelvo a respirar, me ruborizo de orgullo y sonrío.