Es uno de esos instantes en que el tiempo abre una brecha,
o mejor,
se le abre una brecha al tiempo
y de repente,
de entre todo este conglomerado lineal, sin altibajos,
que nos ordena el devenir de nuestro cotidiano,
sobresale, atónito, un Instante.
Así.
Un minúsculo e ínfimo pedacito de tiempo
asoma la nariz,
atónito y fuera de su tiempo,
como deteniéndolo,
por encima de la linea trazada, planificada,
pillándonos descalzos y medio despistados,
atónitos también.
Nos miramos,
el instante desde su imprecisión,
nosotros aferrados a la linea,
como negados a aceptar la evidencia
la posibilidad que la mágia sea posible -pese a todo-
en esta fugacidad que se plasma ahora en nuestro paisaje sensorial.
Y sin verguenza alguna, el instante nos sonríe,
y en un guiño nos confirma que lo hemos entendido,
que en él se contiene toda la eternidad,
y paboneándose la suelta ante nosotros
dejándonos perplejos, maravillados,
recordando otra vez que el tiempo es inmedible
-por más que las agujas giren veloces el reloj-
y que por ende, ya nada es imposible.
Simple,
la condicion del instante es ser eternidad,
y la de eternidad, ser en este instante.
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